Me gusta la música de Glenn Miller. Mi papá solía poner un LP de éxitos y me resultaba bastante agradable al oído, así que en cuanto supe que la Glenn Miller Orchestra tocaría en el Teatro Metropolitan no dudé en comprar mi boleto con anticipación.
Llegada la fecha anunciada me apersoné en el teatro y grande fue mi sorpresa al darme cuenta que estaba todo apagado y solo había un hombre informando que se había pospuesto para dentro de dos meses. “Hubiera estado padre que avisaran”, le dije y me mencionó que el boleto sería válido para la nueva fecha. “Ah bueno, eso lo soluciona todo, una vuelta hasta acá de en balde como quiera me hacía falta”. Al llegar a casa guardé muy bien el boleto en medio de un libro para la nueva ocasión.
Hoy por fin, ocurrió el concierto. Me alisté y fue entonces que me dí cuenta que algo no estaba bien: no recordaba en que maldito libro había dejado el boleto. Tengo buena memoria, o por lo menos eso presumo, así que recordé el momento en que lo guardé, ví en mi recuerdo que era un libro rojo y saqué el Basta de Historias de A. Oppenheimer. Una hojeada rápida, lo sacudí y nada. Cuarenta libros después me comencé a desesperar. Me ví en la penosa necesidad de pedir ayuda, mi hermana se ofreció amablemente después de pendejearme y cuando estaba a punto de darme por vencido lo encontró en el libro de Oppenheimer que había yo buscado primero.
En eso comenzó a diluviar, vi el reloj y pensé que podía esperar unos cuantos minutos a que pasara el aguacero. Dadas las inundaciones que se registran por todos lados con su respectivo caos vial opté por el transporte público en vez de mi carro. El agua no amainaba, así que me salí a media tormenta. Poco antes de llegar a la parada de autobús pasé por un puesto de tacos, el suelo grasoso y el agua formaban una pista de patinaje así que resbalé y caí con toda mi humanidad. Fue de esos madrazos que entumen pero primero volteas a ver quién te vio hacer el oso. Rato después el metro anunció “marcha lenta”, aparte se iba deteniendo.
Todo lo anterior me hizo reflexionar y preguntarme “¿Por qué no hago caso del universo que me ha estado insistiendo que no vaya a ese pinche concierto?”
La respuesta la encontré al llegar por fin al teatro que estaba lleno hasta las lámparas. El concierto comenzó con una fina selección de temas que hicieron la delicia de chicos y grandes. Bueno, mas bien de puros grandes, pues la asistencia estaba conformada en su inmensa mayoría por cabecitas de algodón, seleccionados sub80, adultos en plenitud, vetarros pues. El monstruo de mil cabezas emitía cascadas de aplausos y vítores convirtiendo aquello paulatinamente una olla de presión que amenazaba con explotar en cualquier momento.
Todo el párrafo anterior aparte de mamón, es inventado, pues llegué como media hora después de que comenzó el concierto debido a todos los contratiempos antes mencionados.
Una vez repatingado (como dice Gil Gamés) en mi incomoda butaca, disfruté plenamente del sonido cálido y vibrante de los metales de la Orquesta de Glenn Miller. Temas como Pennsylvania, Patrulla Americana, Chatanooga Choo-choo, Don´t sit under the apple tree, un formidable arreglo de la Rapsodia en Azul de Gershwin y el final de la primera parte del concierto con la inconfundible rúbrica de “In the mood” tema que fue una de las génesis del rock and roll.
La segunda parte del concierto apeló mas bien a temas románticos inundando el ambiente de color azul, las parejas abrazadas se mecían al ritmo de la música y cuando llegó el final del concierto con la preciosa Moonlight Serenade me transporté a los años cuarenta cuando la actual sala de conciertos era un cine gigantesco. Miré hacia la audiencia, los hombres lucian traje a rayas y sombrero, y estaban fumando dentro de la sala. Las mujeres de largo, sombrero y abanico. Y al voltear al escenario una gigantesca pantalla llena de cine en blanco y negro. Los aplausos finales me hicieron volver al presente.
Los pelados corrieron (corrimos dijo el otro) hacia el metro para alcanzar uno de los últimos trenes pues casí era media noche. Los de los boletos caros hicieron fila para esperar su carro y todos nos dirigimos a nuestras casas (O al motel, ya picados con la Moonlight Serenade) llenos de tal regocijo que nos brillaban los ojitos.
Por eso hay ocasiones en que aunque el universo te diga que no vayas al concierto de Glenn Miller, mejor ignóralo y ve.